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Hipocresías de género

La igualdad de género y el empoderamiento de la mujer son dos caballitos para librar cualquier batalla en el mundo de hoy. Más tarde o más temprano, son palabras que figuran en el discurso de todo organismo y aparecen, a modo de “mensaje clave”, en algún que otro enunciado enfático de las autoridades de turno.


En las instituciones vinculadas a la ruralidad por ejemplo, a diario se habla de inclusión, oportunidades y acceso a derechos. Sin embargo, en los registros formales siguen siendo los hombres quienes mayormente acceden a capacitaciones, créditos e insumos para proveer a mercados nacionales e internacionales; mientras que las mujeres continúan produciendo desde sus cocinas y sin códigos de barra, para vender en la feria local. Sí, lo sé: este es un ejemplo durísimo y que le caerá mal a muchos, pero que grafica claramente cómo los límites no sólo se imponen, sino que además, se fomentan y promueven en el tiempo. Muchas veces, el contraste de realidades genera abismos, pero es también una forma de reflejar nuestra sociedad.


No sé si se acuerdan, pero hace menos de dos meses, la sociedad misionera y la opinión pública en redes sociales estaba indignada por el IFAI Gate. Tras semanas de silencio hospital sobre el caso, resulta que un periodista “malacostumbrado” le preguntó al actual presidente del organismo, Roque Gervasoni, acerca del avance de las investigaciones del caso. Su respuesta en vivo fue espontánea y poco atinada: “Yo no tengo que dar explicaciones. Ustedes tienen la pésima costumbre de hablar siempre de lo mismo”. Instantes más tarde, realizó una publicación en su perfil personal de Facebook -incluso etiquetando al perfil institucional del IFAI- en la que aludió a la “adjetivación y estereotipados de las trabajadoras del IFAI”, excusándose en las “mujeres valiosísimas que lo acompañan en la gestión, trabajadoras, madres de familia, esposas, novias e hijas”.


El mensaje que llama a “no revictimizar”, es una revictimización en sí misma. En mi opinión, el doble discurso en esas líneas es tan grave como la intencionalidad evidente que el medio de comunicación refleja en el tratamiento de la información. Ambas hipocresías -de esas que yo llamo “Nivel Dios”- pasan al decorado de otra escena en la que nuevamente y, como de costumbre, se pone a las mujeres como protagonistas.


Llevarnos al centro de la escena es estratégico siempre, pues permite salir del paso y desviar las miradas hacia otras cuestiones. También, es políticamente correcto y requiere menor esfuerzo que hacerse cargo de las otras cuestiones.


La discriminación de género sigue operando bajo la premisa de que los varones tienen el privilegio del mando y las mujeres estamos obligadas a obedecer. Esto, lejos de mitigarse, se profundiza aún más cuando la cultura institucional tracciona.


La igualdad de género no es sinónimo de “más derechos para las mujeres”, sino de iguales oportunidades y condiciones para mujeres y hombres. Y en eso debemos trabajar como en la chacra: duro y de sol a sol. Porque de lo contrario, al final del día, las perjudicadas seguimos siendo siempre nosotras. Nos ningunean, nos utilizan, nos hacen protagonizar escenas que no nos corresponden.


Los invito a mirarnos a nosotros mismos como comunidad: ¿no les duele ver cómo, a 4 años de la aprobación de la Ley de Paridad Política y tras tanta capacitación de la Ley Micaela, los varones al frente de nuestras instituciones se la pasan hablando en nombre de las mujeres?. Lo lógico y transformador, sería que sean ellos quienes garanticen y legitimen el espacio para que las mujeres se expresen por cuenta propia, haciendo oír su voz de manera genuina, sin intermediarios ni portavoces.


Siento que esa es una de las tantas materias que tenemos pendientes como sociedad. Es una tarea que involucra el compromiso y la acción de todos. Un desafío en el cual, quienes tenemos la posibilidad, el espacio y el respaldo de hablar en voz propia; debemos insistir cada vez más.




(Por Florencia Goncalves - para www.planbmisiones.com)


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