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Las jardineras

Hacer una pausa en la vorágine cotidiana sirve para acercarnos, charlar, compartir pareceres y experiencias. Escucharnos, reconocernos y hacer un poco de todo eso que tanta falta nos hace en estos tiempos: simplemente bajar la guardia y empatizar.


Parece una zoncera, pero no lo es. Ser empáticos nos permite percibir la cotidianeidad de otra manera, tal como me pasó con Griselda, Yohanna, Claudia y María; algunas de las mujeres que mantienen bonitos y ordenados los espacios verdes en Posadas, esa ciudad que con la última gestión municipal empezó a publicitarse como “linda de nuevo”.


Ellas desmalezan, arrancan y entierran. Acarrean bolsas de chips, hombrean abono. Barren, limpian y riegan. Todo eso con sus manos ajadas, que están prácticamente a la vista a pesar de los guantes gastados.


A diario se las ve trabajando desde Miguel Lanús, pasando por la Costanera o cualquier otro espacio de la ciudad incluso hasta la zona de Nemesio Parma. También se las ve tomando tereré, ese elixir del cual los misioneros solemos abusar, como aliciente ante semejantes calores.


El trabajo para ellas no es fácil pues debe hacerse igual con sol o bajo lluvia, de día algunas veces y de noche otras. En jornadas de 6 horas y con posturas para nada cómodas: están casi siempre semi agachadas o arrodilladas, también embarradas, con la ropa húmeda y elementos de seguridad que brillan por su ausencia.


La disponibilidad de agua para tomar y el acceso a sanitarios son solo algunos de los pormenores con los que se enfrentan a diario y, sobre todo, los que más se sintieron después del Covid: “La amabilidad de la gente cambió con la pandemia. Antes, la gente te convidaba agua, ahora ya no”, contó Yohanna, de 28 años quien además de ser jardinera es bombero voluntaria.


Como si aquello fuera poco, se exponen al estigma social, pues las tratan de sucias y vagas, incluso de "planeras", esa etiqueta a la que la grieta nos acostumbró, capaz de dividir a la sociedad toda, incluyendo familias y grupos de amigos.

Pero detrás de las etiquetas, algunas de ellas ya rondan los 50 años de edad y llevan 20 años de servicios municipales. Eso sí, trabajan "en blanco" hace un promedio de 5 o 6 años y sus sueldos básicos apenas superan los $40.000 más adicionales. Las expectativas de formalización se suman a la utopía de los "contratados sin relación", ese universo de empleados municipales y provinciales que esperan a que algún político de turno se apiade de ellos antes de los cierres de gestión, cada 4 años.


A pesar de la informalidad y precariedad laboral, se las ve firmes cada nuevo día. Simplemente están ahí o allá, proyectando sus propias realidades y haciendo lo que muchos no se animarían a hacer. Trabajan entre risas y con una dinámica inventada por ellas mismas, combinando cánticos y las charlas refieren a una estrategia de supervivencia. Al son de de los machetazos, con una actitud sencilla pero determinada que no sólo embellece nuestros espacios verdes, sino también sus propias vidas.


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